Vayamos al grano: estábamos hasta los huevos de que nos recomendaséis por activa y por pasiva el Casa Martín de la calle Alameda. Y sobre todo hasta los huevos de llegar allí, ya de tarde, y encontrarnoslo cerrado. ¿Por qué nos rehuía esa sabrosa tortilla? ¿Por qué no querían saber de nosotros los suculentos pinchos? ¿Qué mal hemos causado al gremio hostelero coruñés para que nos castigue sin nuestro postre favorito? No nos contestéis pero un día…
La tortilla vermutera: especie exótica, caballo de troya. Uno aspira a poder comerse una tapita cuando gestiona que tiene mejor acomodo en su dieta diaria. A veces es una merienda, a veces un pinchito sobrante para desayunar, otras una presa fácil a las 4 de la mañana. Pero la tortilla vermutera, sobre todo si es sustanciosa, escoge ella misma cuando atacar y siempre en nuestra hora más débil. Cuando aún no hemos ido a comer y paramos a por un refrigerio, conscientes de que el hambre ya empieza a apretar, a veces se asoma en forma de pincho gratuito y nosotros, que «bueno, solo quería un vinito pero oye pa que no me siente mal» le metemos diente y caemos en su embrujo.
Porque lo primero que hace esta vil enemiga es activar nuestras papilas gustativas, nuestro sistema digestivo y nuestras glándulas sudoríparas si hace falta. Le envia a nuestro cerebro un mensaje claro: ya es hora de comer (por el amor del cielo que no venga biólogx algunx a CORREGIRME) y nuestro cuerpo se pone en modo depredador. Si con un poco de suerte la tortilla es un tarugo, nosotros, que somos organismos pluricelulares con algún que otro recurso, podemos lograr controlar nuestros instintos primarios y desactivar la trampa. En caso de que el pincho haya estado medio bueno si no ex-qui-si-to, buscaremos la mirada sibilina de quien nos la haya servido y pronunciaremos las palabras mágicas: ¿tienen tapas de esto?
Y ahí ya sí que lo habremos echado todo a perder. No peleéis contra los elementos: hoy coméis tortilla mientras os quede dinero en la cartera. Y si teniais cigalas esperando en casa mejor pa ellas.
En Casa Martín se suelen dar estos especímenes de tapas (tortillas, no cigalas hasta donde sabemos) así que cuidado con ir a la hora del vermú. Ahora os damos más señas.
Aspecto: Guapísima, para modelo de foto de bares. Se ve de una tirada el mimo con el que está hecha y la jugosidad inapelable de su interior. Muy buen eat-bait.
Jugosidad: Cremosísima, baja sola, para bebérsela. Ofrece algo de consistencia al tenedor lo cual hace que sea comoda de engullir.
Sabor: Carismática. La patata fina y blandita se mezcla con un huevo riquísimo, aunque alguna vez hemos frecuentado el bar y nos hemos encontrado un inoportuno quemadito. Buen punto de sal y de factura muy cuidada. Un pecado de tortilla solo superado por el pecado de no haberla probado antes. Apresurense mientras exista.
Tamaño: Desigual. A veces más grande, otros más pequeña. Normal de media.
Precio: 1.60€
Otras observaciones: La ofrecen de pincho pero la podéis pedir de tapa. El servicio es excelente y las otras tapas también están bien sabrosas. Inviable comer en casa si pasáis por aquí antes.
Y el veredicto es…
Nota final: El Casa Martín tiene enfrente a Hildita, absoluta campeona mundial de milhojas, incontestable. Puede que el Casa Martín sí que tenga rivales que le tosen, pero con esa obra de arte amarilla que saca en los platos, hará sudar a los competidores y ganar peso a nosotros. Nos han encantado y os recomendamos que si trabajais de mañana pidais un día de vacaciones. Se lleva un 9,12/10 y entra directa al TOP10.
Lo mejor: Todo, pero nos quedaremos con que es posible disfrutar de ella en formato pincho con la consumición, siendo la tapa no demasiado cara.
Lo peor: No tener una máquina en casa que me sirva una tortilla de Casa Martín cada vez que quiera.
Y tú… ¿has probado esta tortilla? ¿qué te ha parecido? ¡Vota aquí!
Casa Martín está en la calle Alameda en el número 42
Una tortilla muy buena .Un servicio que te hace sentir en casa