Desmentimos las informaciones que han salido en numerosos medios estos últimos días: no nos hemos fugado a ninguna isla paradisíaca. Y no será porque no nos guste la idea de pasar unas semanas bajo un cocotero con un daiquiri en la mano, es solo que Dios, en todo su capricho y sabiduría, no tuvo a bien en su día hacernos millonarios. De momento y hasta que a ese botón de donaciones que hay a la izquierda de la página se le quiten las telarañas tendremos que conformarnos con ver el Caribe por la tele y pisar solo el Copacabana que está en los Jardines de Méndez Núñez.
Si sois más viejos que los caballitos que rodaban hasta el Palco de la Música seguro que habéis catado alguna vez los calamares del antiguo Copacabana, ese bar de aspecto colonial frente al Obelisco que lo mismo te servía un helado que una caña fresquita. ¡Qué tristes nos pusimos cuando supimos que tras décadas de engordar al personal, los propietarios cerraban el local y se llevaban los calamares a Paderne! Para que luego hablen de fuga de cerebros… Se nos pasó un poco el disgusto cuando la concesión salió a concurso y uno de los requisitos era mantener el espíritu original, nada de montar un puesto de yogurlados o un pub con entrada a 10 euros. También nos animó un poco saber que uno de los empresarios que se postulaba para hacerse cargo del local ¡era el hijo de la cocinera que trabajaba allí! ¡Vuelven los bichos en forma de anilla! ¿Iba a ser posible que por fin un local emblemático de la ciudad no quedase en manos del capitalismo más hambriento? ¿Que esta vez, nuestro Copacabana, no iba a convertirse en un bar más que nos hurta la turistada para cutres experimentos de gastro-fusión y demás gaitas?
Perdonadnos la desconfianza y la inquina asociada, es que ya han sido muchos soldados caídos en combate y la nostalgia a veces mata. Más cuando según comentan parece que pudo haber algo de caceroleo porque la concesión cayó en manos de gente con «estrecha relación» con un concejal del ayuntamiento, fíjate tú qué cosas. En fin, que nada nos despiste de nuestro objetivo, Maquiavelo vendía que el fin justifica los medios y seguro que una sabrosa tortilla nos callará la boca como una suculenta mordida. Pero cálmense los cefalópodos: hoy solo exprimimos a las gallinas.
Aspecto: La anuncian en la carta como tortilla campera de huevos caseros y por la pinta… bueno, quién sabe. Es una tortilla normalita, alargada, algo blanquecina y con algún lunar patatero. Ni tan mal, pronto para opinar.
Jugosidad: Más bien pegajosa, resistente al corte, se va quedando en la garganta como si supiera que abajo en el estómago no le espera nada bueno. Hay que ayudarla con algo de líquido sí o sí.
Sabor: Pocas veces nos arriesgamos a decir que una tortilla lleva huevina, principalmente por dos motivos. Uno: que no tenemos tanto paladar, seamos sinceros, y que una huevina de alta calidad se nos hace indetectable, como ya hemos escuchado a algún que otro experto. Dos: que tampoco nos importa tanto si la tortilla está rica, huevina, huevo, todo va palante. Pero esta tortilla… anunciada como de huevos caseros… nos da la impresión que lo que ha salido de casa es el bote de huevo pasteurizado. O si no es así, que contactén con su proveedor gallináceo a ver si las gallinas están flojas o algo. Nos llama la atención también que a las 13.00 de un sábado la tortilla esté tirando a gélida (la camarera nos ofreció calentarla, eso sí). Sabor amable en una tapa desganada, sin cuerpo. Una mezcla homogénea de patata amalgamada con un huevo que no nos dice ni mú. Eso de que es casera, no sé Rick…
Tamaño: Muy normal, acaba quitando el hambre por insistencia y apatía.
Precio: Lo vimos en la carta pero pensamos que era broma. Esta tapita vale 3.75€ y a quien Dios se la dé, que San Pedro se la bendiga. Me diréis que la guerra, la inflación, la gasolina y el toro que mató a Panete pero te vas dos calles más allá y tienes tapas a precios normales. Un atraco a mano armada con tenedor para un plato que lo mejor que se puede decir es que aprueba justito.
Otras observaciones: Para qué vamos a mentir, el Copacabana ha quedado bonito. Han respetado la esencia del local y las mesas son cómodas e invitan a pasar un rato de tranquis. El pan es correcto al igual que el servicio.
Y el veredicto es…
Nota final: Si hay que rascarse el bolsillo, uno se lo rasca, no hay problema. Pero al menos que lo que te sirvan valga lo que cuesta. La tortilla del Copacabana es una tortilla normalera, de cafetería, sin grandes defectos ni tampoco magia. Tan anodina que se cuela sin que te des cuenta. Cobrar 3.75€ por ella y encima vender que es «campera» (aún queremos saber qué significa eso) y «de huevos caseros» es directamente una burla, una falta de respeto y el enésimo ejemplo de lo fácil que es estropear los sitios chulos que tenemos en la ciudad. Nosotros, que no podemos cambiar el panorama pero si rajar de él, le dejamos un 3,9/10
Lo mejor: Hacerse de oro tangando a la peña si no tienes escrúpulos.
Lo peor: Que ya no nos quedan ganas de probar los calamares. Habrá que ir a Paderne.
Y tú… ¿has probado esta tortilla? ¿qué te ha parecido? ¡Vota aquí!
Copacabana Lounge Bar está en la Avenida de la Marina, sin número
Os aconsejo probar la de siboney de calle Ferrol, otro consejo, no tan acordé con el local, es la del bar norte sur pd: me encanta vuestra página, seguid asii !!!!!
Muchas gracias por tus palabras Diego, la de la calle Siboney la catamos en su momento, tienes la crítica en la página. Un saludo!