Estación de trenes

La siguiente entrada fue escrita hace más de cinco años así que es probable que esté desactualizada.

Que cada uno lo viva como quiera pero en esta casa celebramos las navidades con mucha ilusión. Y ahora que parece que las fiestas van llegando pues nos va subiendo la bilirrubina por dentro. No es que seamos muy devotos –y en todo caso lo seríamos más de las enchentas de mariscos y otros manjares que del nacimiento del niño Dios– pero es que nos gusta mucho tener la oportunidad de juntarnos con los que más queremos, escuchar los mismos chistes del que lleva un par de copas, (des)oir los consejos de algún cuñao y desafinar todos juntos al unísono de villancicos de los que con suerte nos sabemos el estribillo y algún que otro porrompompón. Parece mentira que para algo tan sencillo como juntarse a veces haya que buscar excusas como esta. ¡Será por el frío y para que nos apretujemos más! Pues será. Cualquier que haya tenido que emigrar (y la ocasión la pintan calva) o estar un tiempo fuera de esta ciudad sabe lo importantes que son los transportes en estas fechas. Un avión que se desvía por nieve… ese tren que va lleno… que si el bus pinchó y «Paquiño, no corras con el coche que te esperamos para la cena igual» y cuando llega Paquiño los camarones tienen hasta la cabeza chupá. Pero sí que es importante y bonito ese momento en el que la gente de fuera va llegando y apareciendo en el aeropuerto, en la estación o lo ves aparcar desde la ventana. ¡Empiezan a calentar el ambiente! También esos que vienen en tren a una estación tan bonita como la nuestra, la de San Cristóbal, abierta desde 1935 y despachando viajeros con lágrimas y abrazos. Que por cierto, cualquiera que haya estado fuera sabe de lo bonito que es ver caras conocidas al llegar… pero también empezar a oler la comida de esta tierra. Y sobre todo si venimos sin cenar en el tren, que más de uno al bajar ya habrá dicho de corrido eso de queguapostaisoschémuchodemenosamospicaralgo. Y alguno no aguantó a salir de la estación. Y se encaminó a la cafetería. Y quizás pidió una tortilla. Y aquí entramos nosotros amigos, ahorrandoos el trago. ¿Merecen los hijos pródigos de esta ciudad brigantina la tortilla que les ofrece la cafetería de la estación?

Aspecto: Aspecto no sé, pero el paseo de luces se lo di yo hasta la terraza, que el self service es un gran invento. Por el camino venía olisqueandola cual perro pulgoso y le dije ahí a mi camarada «María, esta tortilla tiene cebolla» y ella que no me lo creía que lo adivinase por el olfato. Pues sí, olor a cebolla, aspecto torradito y un tarugo digno de aparecer en un reality. Bien empezamos chavales.
Jugosidad: Más jugoso estaba el pan que la acompañaba. A amantes de la seca les puede valer, pero que una tortilla con cebolla, truco decimonónico para que esté más jugosa, no consiga deshacerse en la boca MALO.
Sabor: Pues miren, si les gusta la cebolla está bien. Porque es a lo que sabía. Hasta se podía morder. Si no, pues el sabor a tortilla que quedaba por debajo era escaso y discreto. Que si la hace un amigo te la comes, pero bueno, para ir tirando…
Precio: Pensamos que sería un atraco como suele ser en estos sitios pero se conformaron con 1.50€
Tamaño: Ahora, el tamaño no engañaba. La publicitaban como pincho y pincho era. La mitad de una tapa. Menos mal que no era muy buena.
Otras observaciones: Pan bueno. Servicio muy normal. Y no es la mejor impresión para llevarse a la vuelta a casa.

Y el veredicto es…

Nota final: El revisor toca el pito (el silbato, se entiende), los pasajeros suben al tren con el estómago medio-lleno y en el billete de la tortilla la mandan al vagón 3.9/10. Una tortilla insuficiente, justita y que puedes dejar olvidada en el andén.
Lo mejor: Que no es más cara. Que llega la navidad ya y no la vamos a celebrar aquí tomando tortilla.
Lo peor: Un pincho de cebolla por euro y mitad. Seco y escaso. A ver si alguno que llega se vuelve a subir al tren de la impresión. ¡Cantadle un villancico a ver si se ablanda!

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La Estación de trenes está en la Avenida do Ferrocarril s/n.

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